Dicen que la inteligencia también se mide especialmente en función de la capacidad de gestionar la incertidumbre, así que en situaciones como la que debemos afrontar o salimos superdotados o no salimos. Y en este contexto la abogacía no solo no es una excepción sino que está llamada a voz en grito a enfrentar inquietudes, acompañar y resolver situaciones, aportar valor de verdad, y redefinir y aniquilar en su caso muchos estándares y estereotipos tradicionales de su propio ejercicio y configuración.
En el sector empresarial los modelos más tradicionales requieren de una profunda revisión de dentro a fuera. Y los abogados ya no pueden sostener ni entretener por más tiempo su propia transformación y revolución. Digitalización, innovación, tecnología, automatización… son solo algunos ingredientes o pilares de ese cambio o evolución. Pero para llegar a aceptarlos, asumirlos y desarrollarlos con posibilidades competitivas, el verdadero y más importante condimento es la convicción de esa necesidad de disrupción transformadora.
La abogacía está vinculada intensamente al cliente y sus circunstancias y adquiere sentido real en la medida en que es capaz de ser un canal de solución y servicio efectivo para cada situación. Y ahora esta concepción adquiere una nueva y singular dimensión. La capacidad de adaptación se convierte en elemento de diferenciación y en el nuevo súper poder más demandado para ser valioso en el mercado.
Implicarse en la realidad particular, mimetizarse con la idiosincrasia del cliente, comprometerse, aliarse con sus objetivos y preocupaciones, aliviar decisiones, empatizar y simpatizar de modo eficiente y auténtico, ser creativos dentro de un entorno determinado; se tornan ya condiciones sustanciales del ejercicio profesional.
Hablamos de una capacidad de adaptación viral y total, hacia dentro y hacia fuera. Esto es, en la organización de los propios despachos y servicios, de su estructura, de su manera de trabajar y desarrollar prestaciones, en el reciclaje competencial, en el repensamiento de las especialidades, en el modelo de negocio jurídico; y también en el modo de gestionar clientes, de interactuar con él, en los canales de solución, de comunicación, en eficientar procesos. Incluso van adquiriendo notoriedad prestaciones de “back office” jurídicas: profesionales trabajando de forma autónoma e independiente y en remoto o a distancia con medios digitales, que intervienen solo en partes de un proceso o actuaciones parciales en un proyecto de servicios jurídicos donde otros letrados asumen otros bloques del mismo encargo.
En terminología más “cool” se distingue o se habla de soft-skills y upskilling. Las primeras entendidas como esas competencias personales o actitudes que ahora deben actualizarse y potenciarse como herramientas indispensables para el profesional: creatividad, pensamiento lateral, capacidad de resolución, inteligencia emocional, capacidad colaborativa, flexibilidad… Y no basta ya con tenerlas sino que también hay que adaptarlas y darles un protagonismo extraordinario y su presencia cualitativa y cuantitativa en el profesional se hacen imprescindibles y relevantes. Y más allá de ellas y de importancia vital se configuran las upskilling, es decir, la capacidad de adquirir nuevas competencias de forma incesante.
Esa capacidad de aprender es un mecanismo necesario de supervivencia en un marco de cambio constante, volátil, complejo e incierto. Y se trata de aprender competencias nuevas que no son precisamente jurídicas, pero sin las que lo jurídico se perderá en el camino en un alto porcentaje. Imaginación, liderazgo, managment creativo e innovador, métricas, gobierno de datos, capacidad de análisis, formación y aplicación tecnológica… Se buscan y necesitan “solucionadores”, compañeros de viaje comprometidos e implicados, resolutivos. La sensibilidad para cooperar y explorar caminos de salida con creatividad son y serán claves.
Todo ello es mucho más (siempre debió serlo) que una toga, una sala de vistas, una demanda o un determinado conocimiento por especializado que sea. La especialización técnica es otro valor que, sin decaer, precisa para respirar mejor de esa virtud para aprender y adaptarse a gran velocidad y ver más allá de la letra de la ley, a riesgo de que se devalúe su eficacia. Y por supuesto la tendencia de siempre en estos tiempos se convierte en la única vía posible: el cliente y sus necesidades.